miércoles, 10 de abril de 2019

Verlaine vs. Yo: la poesía no se hace a las tres de la mañana.


Mi querido amigo... porque no te gusta que te llame amigo. No nos conocemos mutuamente. 
Antes tomaba mucho, sola, hasta que mi mente me decía primero estas verdades, más tarde se quedaba confundida.
La fuerza irrefrenable es el instinto, que es como llegar a hundir la nariz entre estos pelos y me causa siempre gracia. Y amargura. Que se calle.
El instinto es una fe. La duda, religión; el cinismo un ritual.  La desconfianza, compasión.
La torpeza una industria, o un oficio. Un traidor que presida un Sanedrín, un mago loco, un cardenal primado.
Con quién conversamos de estas mierdas, miserias de artistas? Con quién fingir profundidad, poesía?
Con Verlaine,
porque contestaría:

Grotesco
Sus piernas por toda montura,
Por todo bien el oro de sus miradas,
Por el camino de las aventuras
Marchan harapientos y huraños.
El prudente, indignado, los arenga;
El tonto compadece a esos locos aventurados;
Los niños les sacan la lengua
Y las chicas se burlan de ellos.
Sin más que odiosos y ridículos,
Y maléficos, en efecto,
Y tienen el aire, en el crepúsculo,
De un mal sueño.
Y con sus agrias guitarras,
Crispando la mano de los liberados,
Canturrean unos aires extraños,
Nostálgicos y rebeldes
Y es, en fin, que sus pupilas
Ríe y llora – fastidioso-
El amor de las cosas eternas,
¡Viejos muertos y antiguos dioses!
Id, pues, vagabundos sin tregua,
Errad, funestos y malditos,
A lo largo de los abismos y de las playas
Bajo el ojo cerrado de los paraísos.
La naturaleza del mundo se aísla
Para castigar como es preciso
La orgullosa melancolía
Que te hace marchar con la frente alta,
Y, vengando en ti la blasfemia
De inmensas esperanzas vehementes,
Hiere tu frente de anatema.

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