miércoles, 19 de abril de 2017

EL ASADO Y EL PODER.

Mi abuela Magdalena era la única que sabía cómo hacer un asado. Ningún hombre de la familia sabía. Nunca me enseñó.  Pero yo la veía hacerlo. Me contó que cuando era chica se había hachado un dedo cortando leña.  No le gustaba que me entrometiera. No hacía ningún misterio. Hacía asados.

Yo, a los catorce, un día tuve ganas de hacer un asado. Estaba en Bariloche. Agarré ramitas, piñas y carbón. Recordé como hacía mi abuela, teoricé y encendí el fuego. Aquella vez fue para calentar un pollo comprado en una rotisería el cual , al llegar al camping, se había enfriado ya. Esa fue la primera vez.

Pasaban los años y siempre que iba de visita, a algún asado, veía a los hombres merodear la parrilla, controlada por un hombre; y a las mujeres hacer ensaladas, poner la mesa, etc. 
Yo me agarraba un vasito de cerveza y me iba para el lado de la parrilla a hablar de temas importantes con los hombres.
Así aprendí que un buen asador es un tirano, "pica" primero y de la mejor parte. Decide los tiempos y es aplaudido por la masa de comensales.  Sí. Definitivamente yo quería ese papel para mí. El del mago que enciende la energía, y ofrenda un animal muerto, y transforma la muerte en vida.  
"la ensalada es para las vacas y... las vacas son para mí" .
En ese ritual de resurrección me hice sola. Y soy buena asadora, verdaderamente. 

Conocí un hombre, un día, era un muchacho en realidad.  Su padre no le había enseñado cosas de hombre.  Por no perder el poder lo había conminado a buscar el poder a través del intelecto.  No sabía encender el fuego, ni manejar un auto, ni un taladro, ni los nombres de las herramientas. Tampoco sabía preparar alimentos ni asar carne.  
Fui sensata y generosa. Compartí el poder. Le enseñé todas esas cosas que a mí me habían enseñado los hombres de mi familia.  También le enseñé las artes de asar, que había aprendido sola, teorizando, probando, practicando hasta ser experta.  Fuimos un equipo eficaz en todo lo que nos propusimos. El muchacho se hizo hombre y yo mujer y elegimos reproducirnos.
Nuestra hija nació hembra.  

Yo le enseño cosas, sobre el poder, sobre la autoridad, sobre el respeto y la confrontación, sobre las victorias y las derrotas. Acerca del asado y la responsabilidad que conlleva el poder; encarnar anzuelos y legitimar la autoridad; largar lentamente el embrague y frenar de golpe si hace falta, rápido va cualquiera, rápido se mueren pronto.  Le enseño a que se acostumbre a esforzarse mucho, a tener el control y nunca soltarlo.  
Eso es ser humano.  
Ahora resulta que parece que tratar de ser el mejor humano que uno pueda ser es hacer "cosas de hombre".  
A veces también le enseño que hay algunos hombres extraordinarios, pocos, es cierto, que han ido aún más allá. Que no se han conformado con ser hombres así nomás. Que han intentado llevar las cosas a la medianera del Olimpo.  Han intentado cambiar la faz de la tierra.  Ahí está la verdadera esencia del ser humano, más allá de algunas "cosas de hombre".
Así que a la chica le enseño de vez en cuando a aspirar a algo más que simplemente ser un hombre,


porque tal como dijo Napoleón Bonaparte "Hacer todo lo que uno puede es ser un hombre. Hacer todo lo que uno quiere es ser un dios."

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